Valeriano Cortázar

Para Valeriano Cortázar la pintura es una íntima sintonía que fluye, una melodía que emana de un espíritu que se hace tangible a través de ella.
 
La creación en su caso significa vivir a través de una poética de inusitadas conexiones pictóricas de significantes y significados, de cuerpos y almas. Los organismos y jeroglíficos seráficos que componen una trama de intersecciones que se mezclan en sus obras, formalizan unas ilaciones aéreas similares a danzas dibujando extraños ingenios en el aire.
 
Son como pictogramas e ideogramas, signos y símbolos armónicos, que nadan en espacios deslumbrantes y juegan de manera mironiana y metafóricamente a moverse y desplazarse al compás de un canto jubiloso a la existencia.
 
Es la luz las que los pone en una actividad vibratoria y oscilante, los deja ver, los mece, les inculca una coreografía estilística bajo el dominio de una técnica refinada que abre una visión resplandeciente en la mirada, junto con la señalización de perspectivas geométricas que proclaman toda una evolución depurada de la pintura hasta hoy. 
 
Por otro lado, en la obra de Valeriano Cortázar, la creación es síntesis cuya realización parte de un sentimiento puro en una dimensión conceptual e imaginaria. Pero también es una exploración hacia lo desconocido, por medio de la cual va estableciendo unos códigos propios unitarios en una búsqueda sonora de lo fantástico, no llegando a dibujar los sonidos, sino sus intervalos vibrantes.
 
Con ello, la pluralidad de disposiciones escénicas abiertas en su plástica tiene en la forma iluminada el origen de ese ser cuyo fin es la obra de arte, en la que el artista deposita la esencia secreta de unas sinopsis prodigiosas.
 
A lo que hay que sumar unas gamas cromáticas y texturas a las que ha dotado de una identificación distintiva y singular.
 
Pues el color, según la concepción que queda plasmada y que no puede quedar saciada por la tintura tradicional, irrumpe con fuerza y al mismo tiempo con delicadeza, en unas explosiones festivas, audaces, dinámicas, que muestran un mundo a su medida que ha desterrado la oscuridad para siempre, se ha erigido en resplandor y ha alcanzado una potencia personificada que, como observa Kandinsky, encarna el elemento espiritual y maduro para revelarse.
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